Mi querida Mariam:
Te escribo contestando tu carta, sé que no puedes venir a hablar conmigo
ahora, sé que no quieres salir a la calle, sé tu dolor tremendo, la
pérdida enorme que tuviste. Quiero que sepas que comparto tu sufrimiento,
que estoy contigo en todo momento. Siempre fuimos amigas, no venías a mi
casa para otra cosa que no fuera compartir los buenos ratos que teníamos
charlando.
Me dirás tal vez que nadie puede entender tu dolor, que por eso te
encierras ahora dentro de tu casa y no quieres ir a trabajar. Te entiendo.
Me dices que tus senos explotan por la leche que no le pudiste dar a tu
hija, que no te explicas cómo murió, que aún la sientes en tu vientre.
Lee muchas veces esta carta, porque te diré algo muy trascendental.
¡La muerte no existe! Tu hija no murió, está en otro mundo mucho mejor que
éste. Una vez , yo te había comentado que estuve en coma y no hablamos más
del tema, pero ahora es el momento de que te lo cuente, porque es muy
importante para ti saber donde está tu bebita.
Antes de cumplir los diecisiete años, me internaron en el Sindicato
Médico, en Ocho de Octubre y Abreu; yo había empezado con una gripe, que
se complicó en una pleuresía seca; el dolor físico era tremendo, no podía
respirar; mientras estuve en mi casa, me dieron cuarenta y ocho
inyecciones de morfina, por dentro y por fuera del pulmón, entre las
costillas, no te puedo decir lo que sufrí, hasta que llegó el momento en
que me enviaron al sanatorio. Lo único que recuerdo era la ropa que
llevaba en la ambulancia, después que me internaron no recuerdo nada más.
Estuve enchufada a cuanto aparato y caño te puedas imaginar, me pasaban
sangre, suero, y qué sé yo cuantas cosas más. Así pasó un año, cumplí los
dieciocho allí.
Pero lo que más me interesa contarte, fue la experiencia que viví.
Perdí la noción del tiempo; creo que para mí fue como una semana, en la
cual yo tenía que atravesar un túnel que estaba todo lleno por dentro de
puñales, espadas o cuchillos. Me tenía que deslizar por el mismo como si
nadara en posición horizontal, no sé qué fuerza me impulsaba, porque no
era yo la que intentaba pasarlo.
El túnel tenía el largo de dos cuadras y un diámetro más o menos de un
metro, mientras lo cruzaba las puntas afiladas me traspasaban la carne,
con un sufrimiento terrible, y al final había una luz, a la salida del
túnel.
Cuando lograba salir, había un mundo que ¡No hay palabras ni colores en el
diccionario humano para describirlo! Era algo tan maravilloso, había tanta
paz, una música como jamás la escucharé acá. Allí yo me sentía muy sana,
maravillosamente bien, no me dolía nada.
El paisaje que tenía ante mis ojos era así: por los costados había algo
como montañas o cerros bien curvos, sin ángulos ni picos, pero eran
transparentes como el cristal. Había personas que me tomaron de las manos,
formando una ronda con forma de U abierta hacia adelante, las personas
también parecían de cristal, eran transparentes. Fíjate el término que
estoy empleando: "Transparentes".
Hacia adelante de mis ojos, adonde me guiaban esas personas, había un gran
foco de luz resplandeciente; era como una bola que emitía, en constante
movimiento, miles de arco iris de distintos colores, y nosotros conocemos
solo uno; eran unos colores jamás vistos acá en la tierra.
Cada arco iris que soltaba esa luz , atravesaba los cerros y las personas
y de cada uno de ellos salían miles de arco iris más. No te puedo
describir lo maravilloso que era aquello, jamás veremos acá algo así. Las
personas me llevaban tomándome de la mano hacia esa Luz.
De pronto alguien me agarraba por la nuca, y me volvía a meter en el
túnel, horizontal y con los pies adelante; cuando yo ya adentro del túnel
me iba a deslizar para volver, veía quién me había puesto allí. Era mi
abuela, no estaba transparente, sino toda vestida de blanco, y me decía
como enojada:
"¡Volvé para atrás, no tenés que estar aquí!". Yo pensaba: "¿Porqué no me
deja estar ahí donde no me duele nada, qué le pasa a la abuela?, yo quiero
estar ahí", y volviendo para atrás, le gritaba a mi abuela que me dejara
volver.
Debo haber hecho siete viajes, más o menos; en cada uno que hacía, volvía
a atravesar ese túnel, con todo el dolor que me causaba, y volvía a salir.
En cada viaje que hacía, las personas de la ronda me llevaban cada vez más
cerca de la Luz, pero mi abuela volvía a sacarme siempre.
En un momento determinado, no me preguntes cómo, yo sabía que un arco iris
me iba a iluminar, y cuando me tocara yo no volvía, y estaba feliz por eso
tan grandioso. En el último viaje que hice, el arco iris destinado para mí
llegó casi hasta la altura de mi hombro derecho; en ese momento una fuerza
increíble me tiró de los pies hacia atrás y como un bólido atravesé el
túnel para acá. Esta vez no fue mi abuela, fueron de acá que me sacaron.
Al otro día salí del coma. Pesaba veinticinco kilos.
Mi padres habían traído un médico de California que me curó, pero yo no
quería estar acá, quería volver y quedarme en ese mundo; allí no había
dolor, todo era bellísimo, había paz y amor, era prodigioso. ¡¡Nunca,
nunca jamás lo olvidaré!!
Otro día te contaré con más lujo de detalles todo eso. Es muy largo de
contar.
Solo quiero decirte que sé que tu bebé está allí, estoy segura que eso era
el cielo y que Dios se lleva a los buenos.
Sé que tú sufres porque no la tienes contigo, pero Dios la quería para él.
Además, las mujeres que les pasa lo que a ti, que Dios las elige para
engendrar un hijo y llevarlos, tienen que ser mujeres muy especiales para
fecundar un ángel, ellos tienen que nacer aquí, y después Él se los lleva.
Sé que pensarás porqué te hizo esto, que tal vez no creas en Él, y lo
consideres un Dios terrible y egoísta, por lo que te quitó; pero no es
así. El necesita mujeres como tú, para luego con esos ángeles, mandar
Redentores a la tierra, como fue Jesús.
Tal vez yo no lo vea, pero tú que eres joven lo verás. Nada hace él sin un
fin importante. Sé que empezaste a formar ese grupo de padres para
integrar la Asociación de Padres. Esa es tu misión. ¡No la dejes ! ¡Esa es
tu misión!
A partir de ahora, a ningún bebé volverá a pasarle lo que a tu hija, en
ninguna guardería. Pero eso ya estaba escrito, no lo dejes, sal de tu casa
y lucha con toda tu alma. Eres una elegida para cumplir esa misión, verás
que Dios te compensará con otro hijo. Deja de encerrarte en tu casa, y sal
a luchar para que eso no vuelva a ocurrir. Aunque te parezca duro lo que
te voy a decir, nosotros lloramos los seres queridos que Dios se lleva,
por amor egoísta; porque los queremos tener con nosotros.
Pero déjala seguir su camino, no la llames, no le prendas velas, no la
llores, ni nada parecido, así no la dejarás evolucionar ni prepararse para
lo que el Señor le tiene destinado. Agrádesele el haberte elegido, y no
pienses en tu dolor. Sigue con tu camino, sigue siendo buena como eres,
que tendrás tu recompensa. Dios no nos quita nada sin compensarnos, verás
que tendrás otro hijo, y más en tu caso, que eres una persona como nunca
he conocido. Sal de tu casa y ponte a trabajar. Confía en Dios nuevamente,
y verás con el tiempo, que lo que te digo es verdad.
Guarda esta carta, porque sé que será testimonio de lo que te digo.
Te quiero muchísimo, te bendigo siempre, y ven cuando quieras.
Que la Paz, el Camino, y la Luz te acompañen siempre
Con amor
Ludy
Nota.- Esta carta fue dirigida a Mariam Hoffman, que perdió su bebé en una
guardería, en Montevideo, Uruguay, por la muerte blanca.
Hoy es directora de A.P.A.I. (Asociación de Padres de Ayuda al Infante).
A través de ellos y la Cámara de Diputados, lograron el control de todas
las guarderías y jardines de infantes, por medio de una ley gubernamental.
Capítulo del libro
Memorias de una Bruja II
de Ludy Mellt Sekher©
© Copyright Ludy Mellt Sekher.
Editorial Aymara-
Montevideo Uruguay
1997 ISBN - 9974 - 633 – 11-7
PORTUGUÉS
CARTA A MARIAM.
"Não há caminhos para a paz, a paz é o caminho"
Mahatma Gandhi.
Minha querida Mariam:
Escrevo-te contestando tua carta, sei que não podes vir falar comigo agora,
sei que não queres sair à rua, sei tua dor tremenda, a perda enorme que
tiveste. Quero que saibas que compartilho teu sofrimento, que estou
contigo em todo momento. Sempre fomos amigas, não vinhas a minha casa para
outra coisa que não fosse compartilhar os bons momentos que tínhamos
batendo um papo.
Me dirás talvez que ninguém pode entender tua dor, que por isso te
encerras agora dentro de tua casa e não queres ir trabalhar. Entendo-te.
Dizes-me que teus seios explodem pelo leite que não lhe pudeste dar a tua
filha, que não te explicas como morreu, que ainda a sentes em teu ventre.
Lê muitas vezes esta carta, porque te direi algo muito transcendental.
¡A morte não existe! Tua filha não morreu, está em outro mundo muito
melhor do que este. Uma vez , eu te tinha comentado que estive em coma e
não falamos mais do tema, mas agora é o momento de que to conte, porque é
muito importante para ti saber onde está teu bebita.
Antes de cumprir os dezessete anos, internaram-me no Sindicato Médico, em
Oito de Outubro e Abreu; eu tinha começado com uma gripe, que se complicou
numa pleuresía seca; a dor física era tremendo, não podia respirar;
enquanto estive em minha casa, deram-me quarenta e oito injecções de
morfina, por dentro e por fora do pulmão, entre as costelas, não te posso
dizer o que sofri, até que chegou o momento em que me enviaram ao
sanatório. O único que recordação era a roupa que levava na ambulância,
depois que me internaram não recordação nada mais.
Estive acoplada a quanto aparelho e cano te possas imaginar, passavam-me
sangue, soro, e daí sei eu quantas coisas mais. Assim passou um ano,
cumpri os dezoito ali.
Mas o que mais me interessa contar-te, foi a experiência que vivi.
Perdi a noção do tempo; creio que para mim foi como uma semana, na qual eu
tinha que atravessar um túnel que estava tudo cheio por dentro de punhais,
espadas ou facas. Tinha-me que deslizar pelo mesmo como se nadasse em
posição horizontal, não sê que força me impulsionava, porque não era eu a
que tentava passá-lo.
O túnel tinha o longo de duas quadras e um diâmetro mais ou menos de um
metro, enquanto o cruzava as pontas afiadas me traspassavam a carne, com
um sofrimento terrível, e ao final tinha uma luz, à saída do túnel.
Quando conseguia sair, tinha um mundo que ¡Não há palavras nem cores no
dicionário humano para descrevê-lo! Era algo tão maravilhoso, tinha tanta
paz, uma música como jamais a escutarei cá. Ali eu me sentia muito sã,
maravilhosamente bem, não me doía nada.
A paisagem que tinha ante meus olhos era assim: pelos custados tinha algo
como montanhas ou cerros bem curvos, sem ângulos nem bicos, mas eram
transparentes como o cristal. Tinha pessoas que me tomaram das mãos,
formando uma ronda com forma de Ou aberta para adiante, as pessoas também
pareciam de cristal, eram transparentes. Fixa-te o termo que estou
empregando: "Transparentes".
Para adiante de meus olhos, onde me guiavam essas pessoas, tinha um grande
foco de luz resplandeciente; era como uma bola que emitia, em constante
movimento, milhares de arco íris de diferentes cores, e nós conhecemos só
um; eram umas cores jamais vistas cá na terra.
Cada arco íris que soltava essa luz , atravessava os cerros e as pessoas e
de cada um deles saíam milhares de arco íris mais. Não te posso descrever
o maravilhoso que era aquilo, jamais veremos cá algo assim. As pessoas me
levavam tomando-me da mão para essa Luz.
De repente alguém me agarrava pela nuca, e me voltava a meter no túnel,
horizontal e com os pés adiante; quando eu já adentro do túnel ia deslizar
para voltar, via quem me tinha posto ali. Era minha avó, não estava
transparente, senão toda vestida de alvo, e me dizia como enojada:
"¡Volvé para atrás, não tenés que estar aqui!". Eu pensava: "Porquê não me
deixa estar aí onde não me dói nada, que lhe passa à avó?, eu quero estar
aí", e voltando para atrás, gritava-lhe a minha avó que me deixasse voltar.
Devo ter feito sete viagens, mais ou menos; em cada um que fazia, voltava
a atravessar esse túnel, com toda a dor que me causava, e voltava a sair.
Em cada viagem que fazia, as pessoas da ronda me levavam cada vez mais
cerca da Luz, mas minha avó voltava a sacar-me sempre.
Num momento determinado, não me perguntes como, eu sabia que um arco íris
ia alumiar, e quando me tocasse eu não voltava, e estava feliz por isso
tão grandioso. Na última viagem que fiz, o arco íris destinado para mim
chegou quase até a altura de meu ombro direito; nesse momento uma força
incrível me atirou dos pés para atrás e como um bólido atravessei o túnel
para cá. Esta vez não foi minha avó, foram de cá que me sacaram. Ao outro
dia saí do vírgula. Pesava vinte e cinco quilos.
Meu pais tinham trazido um médico de California que me curou, mas eu não
queria estar cá, queria voltar e ficar-me nesse mundo; ali não tinha dor,
tudo era bellísimo, tinha paz e amor, era prodigioso. ¡¡Nunca, nunca
jamais o esquecerei!!
Outro dia te contarei com mais luxo de detalhes tudo isso. É muito longo
de contar.
Só quero dizer-te que sei que teu bebê está ali, estou segura que isso era
o céu e que Deus se leva aos bons.
Sei que tu sofres porque não a tens contigo, mas Deus a queria para ele.
Ademais, as mulheres que lhes passa o que a ti, que Deus as elege para
engendrar um filho e levá-los, têm que ser mulheres muito especiais para
fecundar um anjo, eles têm que nascer aqui, e depois Ele se os leva.
Sei que pensarás porquê te fez isto, que talvez não acredites em Ele, e o
consideres um Deus terrível e egoísta, pelo que te tirou; mas não é assim.
O precisa mulheres como tu, para depois com esses anjos, mandar Redentores
à terra, como foi Jesús.
Talvez eu não o veja, mas tu que és jovem o verás. Nada faz ele sem um fim
importante. Sei que começaste a formar esse grupo de pais para integrar a
Associação de Pais. Essa é tua missão. ¡Não a deixes ! ¡Essa é tua missão!
A partir de agora, a nenhum bebê voltará a passar-lhe o que a tua filha,
em nenhuma creche. Mas isso já estava escrito, não o deixes, sal de tua
casa e luta com toda tua alma. És uma eleita para cumprir essa missão,
verás que Deus te compensará com outro filho. Deixa de encerrar-te em tua
casa, e sal a lutar para que isso não volte a ocorrer. Ainda que te pareça
no duro o que vou dizer-te , nós choramos os seres queridos que Deus se
leva, por amor egoísta; porque os queremos ter conosco.
Mas deixa-a seguir seu caminho, não a chames, não lhe prendas velas, não a
chores, nem nada parecido, assim não a deixarás evoluir nem preparar-se
para o que o Senhor lhe tem destinado. Agrádesele o ter-te eleito, e não
penses em tua dor. Segue com teu caminho, segue sendo boa como és, que
terás tua recompensa. Deus não nos tira nada sem compensar-nos, verás que
terás outro filho, e mais em teu caso, que és uma pessoa como nunca
conheci. Sal de tua casa e põe-te a trabalhar. Confia em Deus novamente, e
verás com o tempo, que o que te digo é verdade.
Guarda esta carta, porque sei que será depoimento do que te digo.
Quero-te muitíssimo, abençoo-te sempre, e vêem quando queiras.
Que a Paz, o Caminho, e a Luz te acompanhem sempre
Com amor
Ludy
Nota.- Esta carta foi dirigida a Mariam Hoffman, que perdeu seu bebê numa
creche, em Montevideo Uruguai, pela morte branca. Hoje é diretora de
A.P.A.I. (Associação de Pais de Ajuda ao Infante). Através deles e a
Câmara de Deputados, conseguiram o controle de todas as creches e jardins
de infantes, por meio de uma lei governamental.
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